Hay parejas que quedan grabadas en la memoria de los aficionados y sobreviven a los tiempos. Logroño fue testigo de uno de estos acontecimientos:El Cid se encontró con el gran ‘Planteadito’, uno de esos toros de Victorinoque tanta gloria han dado por su humillación, repetición y codicia: un toro bravo. Con uno así es difícil estar a la altura pero cuando delante está el torero que mejor los ha entendido en los últimos años surgen momentos así. Porque no apareció El Cid de las grandes tardes, sino que fue el mejor Cid. El de distancias, toreo largo, de mano baja y obligado. Simplemente cumbre.
Solo una persona no se enteró. No vio los dos puyazos que tomó apretando al picador que estuvo perfecto. Tampoco cómo fue a más en la faena, y a más lo apretada mayor era su rendimiento en una faena larguísima y exigente. Lo que tuvo que ser la fiesta de la vida y la bravura, se convirtió en un pulgar abajo por la decisión unánime, totalitaria y chulesca de un usía a modo de emperador romano.
Más abierto de cara fue ‘Planteadito’ que salió en segundo lugar y rápidamente buscó las vueltas a El Cid en el recibo capotero. Lo agarró de forma sobresaliente en dos puyazos Juan Bernal antes de que Ureña entrase en su turno de quites ejecutando buenas verónicas. Ahí empezó una faena histórica de El Cid. Ya no el de las grandes tardes, sino el mejor con el bravísimo “Planteadito” que mereció la suerte que el presidente Manuel González González no quiso unánimemente conceder. El Cid lo cuajó por los dos pitones en muletazos rematados por debajo de la pala del pitón, muy despacio, con el toro haciendo surcos con el hocico y repitiendo de forma encastada. La faena fue siempre a más y llegó al cúlmen sobre la mano izquierda.
Sí, la de El Cid. Cada tanda, el de Salteras toreaba mejor y el toro embestía más y más. No tardaron en salir las primeras peticiones de indulto hasta que la plaza se tornó en un solo grito. La actitud dictatorial del presidente hizo que sonara un aviso y negara con la cabeza lo que a punto estuvo de convertirse en un altercado público. Las dos orejas y la vuelta al toro fueron premios menores. El toro mereció la vida y El Cid los máximos honores. Para siempre quedará el encuentro de Cid con “Planteadito” en Logroño y la bronca al palco que aún resuena por La Rioja.
Después de semejante acontecimiento fue complicado remontar la tarde. Menos mal que Curro Díaz apremió con el bien hecho, con seriedad en su cuerna acapachada pero bajo primero. Una pintura. El jienense lo recibió a la verónica y lo puso dos veces en el caballo. El victorino apuntaba a tardo pues hizo pasar un trago a Pablo Pirri en un meritorio tercio de banderillas. En la muleta, Currole dio la pausa que el toro necesitaba para después atacar su condición tardía en el comienzo de cada tanda. Sobresalió el toreo al natural y los remates por abajo. La estocada por sí misma valió una oreja.
La corrida en su conjunto dejó momentos interesantes como el quinto, estrecho de sienes, serio y más hecho que puso en aprietos a la cuadrilla en banderillas. Este fue el prenda de Victorino: igual reponía que se quedaba corto. El Cid se enfrentó a él en una faena muy interesante de poder a poder que completó una actuación de quilates. El fallo con la espada le privó de un triunfo mayor.
Imposible lo tuvo Ureña con el tercero. Cada embestida era una puñalada que quería arrancarle la muleta. El murciano no se dejó nada a pesar de que el lucimiento no iba a ser posible en esta ocasión. Volvió Ureña frente al sexto, otro toro que no le dio la mínima oportunidad de triunfo. Labor tesonera, de aguantar el tipo y llevarlo todo lo que podía a su altura. Esta vez sí, se resarció con el buen espadazo que ejecutó.
Poca historia tuvo este capítulo con un toro con mucha leña pero más fino de Cabos y que siempre salió de la muleta con la cara por las nubes. Tras sacarle una tanda estimable, Curro optó por abreviar.
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