Resumen de la novena de Albacete Orgullo torero.
De padre a hijo. Con el cariño de una caricia, la suavidad de un muletazo. La sublimación del arte. El poso que deja el dolor sacó a un mejor torero. Que domina los vuelos, que se obsesiona por torear lento, que quiere componer con su figura una efigie inigualable. En Albacete, Manzanares dejó una de las tardes de su vida. Una alta cota que confirma el salto cualitativo que ha dado su toreo esta temporada despojado del luto. Volvieron los recuerdos, los colores. El orgullo del padre.
Ninguno de los dos toros que le tocaron en suerte al alicantino fueron fáciles. El primero por bravo y exigente y el segundo por no permitir ni un segundo de relajación. Manzanares toreó despacio, compuso bellas estampas tanto de capote como con la muleta y sublimó la estocada en el quinto.
La tarde continuó con interés con Álvaro Lorenzo que no se arrugó frente a dos figuras. El toledano tiene madera de figura y firmó una tarde más que sobresaliente. Tampoco se quiso quedar atrás Enrique Ponce. Su ambición personal está fuera de toda duda y mostró en todo su explendor ante el cuarto.Chapeau.
Bonito de hechuras y serio de pitones. El segundo tuvo la presencia típica enCuvillo, con seriedad tanto en la mirada como después en el comportamiento por bravo y enrazado. Apretó en la única vara que tomó y galopó en banderillas. En la muleta de Manzanares desarrolló las cualidades y de ahí radicó lo importante de la faena. Sobresalieron tres tandas sobre la mano izquierda de mucho mando, toreando con los vuelos y rematadas por debajo de la pala del pitón. Siempre con empaque y elegancia, la faena tomó cuerpo muy pronto. Bravo el tercero, exiguió a un Manzanares rotundo. El toro fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre y el alicantino paseó las dos orejas.
La tarde de Manzanares tornó a enorme en el quinto. Ya tenía dos orejas y había firmado un faenón pero le quedaba lo mejor. El quinto, con poco cuerpo pero lleno, estrecho de sienes, comenzó a cantar a bueno desde los primeros compases. Ahí, Manzanares lo bordó con el capote toreando despacio, ganando terreno con el pecho adelante y un empaque excelso. En banderillas galopó y propició el espectáculo de la cuadrilla que saludó al termino del tercio. El inicio con la muleta fue muy torero, sobre todo con un cambio de mano final superior. Ahí el toro mostró que no dejaba dormirse al final del muletazo porque si punteaba descomponía el trazo. Manzanares, en su obsesión por torear despacio y reducir la velocidad, cuajó dos tandas por la derecha y una por la izquierda cumbres. El torero estaba abandonado, erguido, roto, con la figura relajada… La estocada en la suerte de recibir fue de libro. El premio fueron las dos orejas en una de sus tardes más rotundas.
Álvaro Lorenzo al natural
Álvaro Lorenzo cuajó al tercero de Juan Pedro con el capote. Quiso torearlo muy despacio, con estética y con mando. Supo aguantar el toledano para cogerle el sitio, sin darle tirones pues era un punto blando. Después de firmar un inicio exquisito por su suavidad consiguió romperlo en cinco tandas enganchando muy adelante, sin tirones y con un trato exquisito. Enorme. Le hubieran pedido a buen seguro el segundo trofeo de no haber dejado media estocada. El sexto, precioso de lámina -bajo, corto de manos, con cuello y la cara hacia delante-, desarrolló genio y apenas tuvo media embestida.Lorenzo se puso a torear como si fuese bueno y estuvo muy digno. Este que cerró la tarde fue un toro complicado y, a pesar de su juventud, consiguió estar a la altura. Fue ovacionado.
Ponce no se rindió nunca I
Ponce no se quiso quedar atrás. Solo tenía un cartucho y lo aprovechó como si los contratos le fueran en ello. El cuarto no lo puso fácil, pues siempre se defendió acusando falta de fuerza pero su raza y vergüenza torera le hizo pisar terrenos comprometidos, llegándole siempre mucho, metido en la cara del toro para lograr una faena de gran mérito. El público incluso pidió el trofeo que se convirtió en una rotunda vuelta al ruedo.
El primero estuvo bien presentado, algo acapachado y con cara. Enrique Ponce pudo torearlo con la capa a media altura y lo cuidaron en los primeros tercios ante la posible falta de fuerza que anunciaba. La labor del valenciano estuvo, precisamente, pendiente de esa anomalía pues siempre llevó al noble astado suave, templado y sin obligarlo. Muy buena fue una tanda por la izquierda, donde rompió a sonar la música. No estuvo acertado con la espada.
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