¿Se puede más cerca? 
Dicen que el valor es el pilar fundamental sobre el que se sustenta la forja de un torero. Que el aplomo y la serenidad que todo aprendiz muestra ante los animales se antoja determinante para adquirir y desarrollar los conocimientos técnicos necesarios para hacer frente a las embestidas. Para pensar delante de la cara del toro y ejecutar frente a él lo que antes le has hecho al carro.
Diego San Román tiene valor. Eso al menos se ha podido atisbar en el puñado de novilladas que ha toreado el último verano en Europa este joven mexicano, hijo del matador Óscar San Román. Entre voltereta y voltereta el queretano está aprendiendo el oficio y al tiempo que su cuerpo se llena de varetazos, su muletazo crece. Porque su trazo se ralentiza y prolonga.
Todo lo quiere hacer despacio. Incluso las gaoneras con las que generalmente se hace presente en cada tarde. Con la muleta, su fuerte es la mano zurda, con la que trata de enganchar a los novillos por delante y traérselos toreados, casi sin toques. Su obsesión por reducir la velocidad de cada embestida le ensucia, a veces, el tramo final del muletazo, una mácula que irá limando con el aval de su gallardía.
Está adscrito a la Escuela de Tauromaquia de Madrid, y bajo su tutela ha dejado rastro por los alrededores de la capital en un puñado de novilladas en los meses de agosto y septiembre, tanto, que disputó como primer clasificado la final delCertamen Camino Hacia Las Ventas, celebrado en La Monumental el pasado día 8.
Ahora, de la mano de Alberto Elvira, su consejero y mentor, sigue su forja en su país natal. Campo y toros a puerta cerrada, como