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El IBEX JT se dispara. La cotización es tan alta que los precedentes y antecedentes se alejan cada día más. Un manicomio en el parqué bursátil deIllumbe, En sentido figurado y a ratos hasta literal. Existe el IBEX JT y crece como la espuma en una marea religiosa. La locura metafórica la pusieron las casi 11.000 almas que rugieron con el torero, casi como en una boda gitana, a punto de romperse las camisas. Y la locura cierta la puso un presidente que ni supo ver ni calibrar, no la faena de JT al segundo sino el instante, el delirio, el deseo, la catarsis y éxtasis de quienes pidieron el segundo trofeo sin conseguirlo para su ídolo. Luego le concedería dos por una faena suya grandeza llegó muy al final. La locura, sobre todo la real, es antagonista de la locura figurada.
La tarde tuvo fuste y brillo. Con mal arranque pues el terciado toro que abrió plaza se desnudó pronto de raza y se puso a sestearen en el suelo. Pero fue un oasis, una anécdota en la corrida, bonita, con tres toros más justos y tres de presencia impecable, de condición buena aunque de distinta clase, fondo y fuerza. Por ejemplo, el lote de JT fue el más deslucidillo, mejor el de El Cid, que, dicho sea de paso pero por derecho, ha podido elevar su propio IBEX si mata mejor a sus toros. El sobrero, un toro que reemplazó al dorsal numero cuatro al lesionarse de salida, fue toro de clase aunque de empuje.
La plaza era, de entrada, un centro de reunión gentes de toda condición que se sentaron dispuestos a triunfar a través del triunfo de Tomás y desde que se abrió de capa los oles rebotaron en la cubierta de Illumbe y se escucharon en La Concha. Fue el segundo un toro castaño que salió sin mucho celo y que le propinó una cogida fuerte y fea al torero al manejar la capa por chicuelinas. Brutal la cogida y fea forma de hacer palanca con el cuerpo y cuello en la arena. No se inmuta este anfibio de luces y mientras se sobrecogía el público, se agrandaba el torero. Un quite con el capote a la espalda fue la respuesta, ceñido, más que jaleado, gritado con pasión de incondicionales.
Metido el miedo y el toreo y la pasión y el deliro en un mismo bolsillo, los estatuarios de apertura fueron personalísimos, dos de ole y uno de ay. Fue toro noble pero sin clase, o, mejor, sin ritmo. Para hacerlo antes de torearlo pues distancias y cites no parecían lo mismo en los dos primeros muletazos que en el siguiente. Por eso Tomás hubo de rectificar varias veces terrenos y cites en tandas lineales al principio, más ajustadas luego. Aunque no se lo crean, la faena fue tan irregular como dogmática pues sin haber ligazón, sobre todo al natural, este torero cumple las máximas del torear: el toreo es actitud primero, intención después. Y expresión al final.
Tomás unas veces, hace lo que quiere hacer, y, siempre, se adivina lo que quiere hacer. Esa es la clave de los elegidos. Es el mejor torero a la hora de mostrar la intención de lo que quiere hacer. Unas manoletinas y un espadazo dieron pie a la locura colectiva: se pidió, no ya con fuerza la segunda oreja, sino con un clamor que impresionaba. Se enrocó el palco de tal forma que, si el torero hace un gesto mínimo de cabreo, el usía lo hubiera pasado mal y el escándalo habría sido monumental. Pero JT es hombre de no gestos.
Parte del público le dedicó una bronca mediana al palco, como de desprecio, cuando concedió la segunda oreja excesiva por una faena a un toro de mayor cuajo de falso y remiso pitón izquierdo pues apenas muy en corto la tomaba para adelante dos veces seguidas y en la distancia echaba la cara arriba al final del muletazo. Una y otra vez se empecinó el torero en sacar agua de ese pozo embarrado y una y otra vez surgieron los enganchones en una faena seguida en silencio expectante. Esperando que rompiera, pues, el pitón derecho siempre fue mejor. Al final, ligó tres redondos ceñidos, enseñando casi la mitad de la muleta con una despaciosidad e hieratismo impresionantes. Ahí estuvo la clave. Y el bis de una buena estocada.
Bien El Cid, a punto de rematar dos buenas faenas, mejor la del sexto. A punto. En los dos manejó bien la capa. Es más, dos lapas acompasadas al sexto fueron de nota. El sevillano comenzó a cuajar bien al terciado tercero, de noble y buena condición, en dos tandas con la derecha de enganche y ritmo, mejor la segunda, para bajar el diapasón con la zurda, aunque hubo dos naturales muy lentos, pero todo con menos hilván. De nuevo repuntó la faena con otra tanda de mayor ajuste y despaciosidad con la derecha y sólo el mal manejo de la espada le privó de una oreja.
Fue el sexto toro cuajado, noble, de calidad, pero blando y de duración escasa. De nuevo fue la diestra la que mejor manejó, jugando el cuerpo en los segundos o terceros pases y bordando los de pecho. Y, una vez más, el tono y la nota bajó con el toreo al natural, cuando el toro comenzó a hacer aguas y a ir a menos. Con el fondo gastado después de una tanda de cuatro derechazos exigente. Incluso después de pinchar se llevó el premio no menor de una oreja. Pudieron y debieron ser más.
Ya anotamos que el primero de Finito, chico y bondadoso, sesteó en el albero su escasa raza, a la primera que le presentó la muleta el torero. Lesionado de salida el cuarto, salió un sobrero de calidad y fuerza medida al que le hizo una faena ‘a gusto’ y ‘al gusto’. Mejor siempre sobre la derecha, alargando el viaje en línea y por afuera para reunirse más (y mejor) en los segundos pases. Ahí lo bordaba, cuando se encaba y se sentaba en los riñones al pegar el muletazo. Hasta ocho tandas con el torero crecido y buscando la respuesta unánime del respetable, que llegó al final. Estuvo fino hoy el Fino, de largo metraje aunque parezca mentira y con momentos de una calidad grande.