La calle. El asfalto. El barrio, patria cierta. La nación que, de verdad, merece la pena. El barrio, por donde el arte fluye suicidando estereotipos. La esquina en la que Dylan rasgó su voz para cantar Hurrican Carter. Los adoquines por donde gambeteó MaradonaCoreites y el tango. La salida de madrugada del Moulin Rouge. Las tapias en donde los grafiteros pintan Capillas Sixtinas. El banco donde el chavo espera una cita de amor con una que pasea un ‘piercing’ de pasión en el ombligo. Barrio: sin rey ni normas. Sin guapos oficiales. La calle y el arte de todos y para todos. Ese arte comprometido con la gente, alejado de las élites y los cánones. Un toreo de asfalto, un arte de barrio, atrevido, limpio, puro. Sin ensayar. Un concierto sinfónico y de taberna de Talavante al pie de una esquina sin semáforo con un toro dibujado de Begoña, sonó genial y libre por encima del tumulto histórico de catorce mil gargantas rotas de gritar al cielo de ‘Aguas’ la palabra más libre de este pinche mundo: óle.
Hay tardes liberadoras. Del peso que consiste en no naufragar cuando el barco navega hacia el azar de los días en los que el fracaso es pecado mortal. Hay días en los que no se hacen prisioneros: corrida de la casa, llenazo, día de promesas. Sin esa faena de barrio propia de un torero inimitable, más revelado que rebelado e insertado en su tiempo como ningún otro, la corrida habría sido muy buena. Incluso su faena al noble pero indolente quinto habría sido de triunfo. Y no digamos la de Adame al sexto, que se fue al precipicio por la espada. Hasta la necesidad desgarrada y a ratos inoperante de Macías,habrían servido de buen final porque los de Begoña trajeron el toreo dentro. Pero quién echa cuenta a una guapa cuando la perfecta se volteó a sonreírnos.
Esa guitarra de lances a pies juntos al colorado de sienes estrechas segundo para afinar instrumento. Que salió afinado en unas hechuras de sienes estrechas y callejera embestida de toro criado para hacer el toreo. LiberadoTalavante de toda presión, las notas fluyeron sin ensayo ni altavoz alguno en dos tandas con la derecha que fueron frágiles, como cosidas con hilo fino, limpias y sonoras en los muletazos profundos de una muleta que hablaba. En el toreo, como en el amor, la dulzura lo es todo. Con una flexibilidad corporal del gambeteador callejero que mete goles en las porterías pintadas de las tapias, con la misma magia e idéntica pureza. Tuvo el toro son, embestida de arena humillada y tuvo la faena la seda del mimo, del pulso, de lo roto sin quebrarse una sóla cuerda de la guitarra.
Los naturales los sueña el mejor que haya de venir a ser gente en esto. La muñeca digiriendo los vuelos de la muleta. Parado el toro en los remates de tantas tan dormidas y largas, a un dedo los pitones del cuerpo y sin espacio para vaciar la embestida, Talavante se fumó un pitillo despaciosamente, mientras se sacaba la muleta por la espalda y hacia al otro pitón que el toro tomó después de decirle no quite usted el cuerpo, que ya me muevo yo. Palabra. Y las arrucinas como gambeteo inverosímil en un adoquín, sin espacio, con la gente bramando. Oles de barrio, de pueblo. El pintor, el escritor, el torero, tiene que permanecer en la calle y llevar el barrio al libro, al cuadro, al toreo. Era de rabo, de medio o de tres. Pinchó y fueron dos, pero es lo de menos.
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Adame fue infiltrado en la enfermería antes de salir a lidiar al sexto, otro gran toro de Begoña, con el que firmó unas zapopinas de lujo. Su faena tras el concierto de barrio de oro del ‘Tala’ fue buena, con un oro noble pero de escaso mensaje en la grada, pero pesaba lo anterior como una losa. A por todas el mexicano en su segundo, que comenzó su faena sentado en el estribo para instrumentar una serie de hasta once muletazos, sin enmendarse. Siguió toreando con mano baja, con mucho mando, aprovechó las cualidades del toro y construyó una faena rotunda, torera y muy jaleada. En uno de esos muletazos, el toro lo prendió y le desgarró el terno. Se rehízo Adame y volvió a la cara del toro para seguir cuajando al toro, con series inapelables en redondo. Respuesta y ambición de figura las de Adame, en una tarde de toreo grande. Lamentablemente, pinchó dos veces antes de cobrar una estocada entera. Si no, habría cortado dos orejas. Buena feria la del torero.
Arturo Macías recibió al primero con una larga de salida, varias chicuelinas en los medios y un cite con el capote a la espalda. Inició faena de rodillas en los medios. El toro, que había quedado algo crudo en el caballo, fue bueno aunque tendía a marcar querencia. Macías lo muleteó bien sobre la mano derecha, especialmente tras rehacerse de una voltereta en un cambio de mano. Con el toro ya en chiqueros, la faena bajó un punto, pero el diestro tiró de oficio y recursos. Tras una estocada, cortó la primera oreja de la tarde. Recibió a ‘portagayola’ al cuarto de la tarde y le instrumentó seis largas por toda la plaza, en un saludo de lío, para terminar de confirmar el ‘agarrón’ entre los tres toreros. Toro colorado, precioso de hechuras y con mucha plaza, con la cara para adelante, que ofreció un gran juego. El torero hidrocálido buscó el triunfo en todo momento y mostró la variedad y la entrega de su tauromaquia. Brilló en los momentos en los que acertó a templar y dibujar las series aprovechando la largura de la embestida del toro. No terminó de cogerle el aire al toro, sin embargo, y aunque se arrimó y no se dejó nada, no fue suficiente para convencer al público, que tomó partido por el toro, otro muy bueno de Begoña.
Como el sobrero. Echan más al piso y siguen embistiendo. Hay días que son así. Pero en ese así está esa crueldad de una faena interminable que va a acabar cuando ya no exista el recuerdo. Esas faenas maldicen otras buenas o muy buenas, las ningunean, las zarandean. Ese concierto en la esquina de su calle de Talavante, ese arte sin domar para todos, ese arte de hoy, actual y vigente solo se termina tomando en litrona la pastilla suicida del olvido.