480
Yo no me preocuparía de lo que nadie se ocupa ya. De la estupidez. Como Camus, y ahora más, hago caso de esta máxima: la estupidez insiste siempre. Este país abarrotado de sin futuros, precario en ilusiones, está matando su tiempo a tiros de estupidez. Conclusión aclamadora que lo que nos sucede no es por azar sino por insistencia. Mientras navegamos hacia qué mar sin agua, una nueva estupidez hace que una parte de la población española, de las televisiones españolas, de los medios españoles, se dediquen a moralizar, eticalizar o analizar una foto de un padre con una hija en brazos toreando un becerro o similar. Mi padre que ya no está me paseaba en moto. Pero entonces nuestra estupidez era precaria.

Esto somos y hasta aquí hemos llegado, a una sociedad puritana, ventajosa en redes sociales, inquisidora, vigilante de los actos de los demás, escrutadores del pensamiento de los demás, una No Santa Inquisición de vigilantes de su patria, que es, por supuesto,  su moral privada y superior. La moral de un gatito presuntoso, de un perro castrado y vejado al que aman más que al degollado en países muy cercanos, una sociedad blanda, sin huesos que quebrarse, tan limpia que es traslúcidamente estúpida. Aquí hemos llegado para regocijo de los que no nos soportan, de los que ahora van a ganar porque su don puede que sea terrorífico, pero no imbécil.

No se apuren. Todas las inteligencias del mundo son impotentes ante cualquier estupidez que esté de moda. Y está de moda esta nueva fobia que una mezcla explosiva de xenofobia, machismo, feminismo, racismo, exclusionismo, radicalismo y papanatismo que consiste en amar al prójimo como al gato mismo. En satanizar la tauromaquia. No seamos gatos. Dejémoslos con sus estupidez a cuestas porque es estéril. Esta sociedad cohabita con esa nueva Inquisición que nace de un error: creer que debemos y podemos subir a las redes de lo público nuestros actos diarios, nuestros sentimientos mas íntimos. Creemos ya que nada de lo que hacemos lo hacemos si no ponemos en nuestros teléfonos o en las redes que nos pescan ya como peces sin agua.

Nada es más del gusto del inquisidor que estar parapetado a la espera de que alguien diga públicamente lo que siente o piensa para quemarlo en la hoguera de la estupidez. Esta es nuestra reiteración de errores y estupideces. Publicar nuestras pasiones para afirmar que existen, en una libertad, que, sabemos ya, esperan los cazadores de libertad para acusarnos de haber matado en la cruz a todos los Cristos del mundo.