Sevilla I 
Puede ser que a gran parte de la sociedad se le haga extraño el toreo. Una especie de ritual anfetamínico envuelto en un lenguaje cavernario. No es achacable a la tauromaquia, en absoluto. Roberto Bolaño, a la pregunta de ¿quiénes somos? respondió casi lo que puede responder, literalmente, un torero o un ganadero: “somos seres humanos, casi pájaros, héroes públicos y secretos”. Y todo lo público evidente que ha de ser ocultado y secreto, será perseguido. Como una fe, una idea, una creencia, un sentimiento. Si somos eso, tengamos en cuenta dos cosas. Una, que somos extraños a esta sociedad. Dos, que a pesar de ello y quizá por esa razón, debemos comportarnos como eso, héroes públicos y secretos. Es el secreto de nuestro futuro. Y ambas cosas nacen del respeto. Reflexión que nace luego de contemplar la corrida del Domingo de Autos en Sevilla.

Lo único que no puede ser robado del interior de un ser humano, hombre o mujer, es el respeto. Porque una vez quitado, jamás te lo van a regresar. Desde fuera pueden intentarlo en ataques, violencias, mentiras, doctrinas, populismo. Toca eso y eso toca. Pero, desde dentro, en las ultimas décadas, el toreo anda mutando la esencia en anécdota, la liturgia en la superficie. Andamos mirando estupendos y dignos la  playa llena de restos de comidas de domingueros sin desviar la mirada al agua profunda de metros más allá. Soy de generación espontánea en el sentido de adepto espontáneo. No tuve mano de abuelo que me llevara a los toros. Me llamó la atención unmundo superior al que yo vivía como estudiante. 
 Un mundo donde un ganadero no se faltaba al respeto. Donde no dejaba que nadie le faltara al respeto a uno de sus toros. Un mundo en donde la figura del toreo, inmersa en una mezcla de debilidades y fortalezas, defectos y virtudes, al final, se comportaba como lo que era. Y pedía y daba respeto. Un mundo donde los públicos, heterogéneos, dispares, volubles, respetaban sus particularidades. En Sevilla, una de esas cuestiones propias y dignas, era su toro. Un toro bajo de agujas, corto de manos, de cara para adelante y algo arremangada, serio, enseñando las palas, con hechuras. Sevilla era la Gran Pasarela del toro en tipo. 
Y las figuras se daban codazos por mantener su statu quo, para estar en la mejores corridas, con los mejores toros. Porque exigían respeto. Exigir respeto no es soberbia, es dignidad.Y los ganaderos podían lidiar esas corridas tan igualadas, que los lotes eran sencillos, en una plaza en donde apenas se puede ver el toro. Pero, de un tiempo acá, se observan cosas que irradian decadencia. No es una decadencia por narrativa de nostalgia o por un pensamiento trasnochado, sino una decadencia por desubicación, por irresponsabilidad, por la peor falta de respeto que existe para el ser humano, inventada solo por el ser humano: faltarse al respeto a sí mismo. 
¿Quién iba a imaginar que, desde el palco, en Sevilla, en la Maestranzaun presidente le ordenara a un torero un Domingo de Pascua, meneando la mano hacia derecha e izquierda, que mueva al toro para decidir si tiene fuerza, si no la tiene, si lo devuelve o no? Un torero el Domingo de Pascua en Sevilla, y tantas tardes en la Feria de Abril, toreando a las órdenes de la mano de un presidente de plaza. Oiga. Yo no muevo al toro. Lo devuelve o lo deja o lo que usted quiera que le permita la norma absurda, pero, oiga, esa mano la deja usted quieta o se la ata a la espalda. Por mi respeto. Oiga, ¿usted no es un torero? Compórtese como tal. 
¿Quién iba a imaginar que en Sevilla salía un toro con hechuras para las calles? ¿Que un ganadero respondiera con silencio a la falta de respeto de llevar el toro que no quiere, el feo, el anti Sevilla? Oiga, ¿ustedes no son ganaderos de toros lidia? Compórtense como tales. Si parafraseara aGroucho Marx llegaría a ir más allá: oiga, ¿usted no dice que es rico? Compórtese como tal. Se lleva usted la corrida al campo. Ah, ¿que entonces no lidia en Sevilla? Ah, ¿que entonces no la puede vender? Ah, ¿que pueden tomar represalias? Ah, ¿que le gusta a usted lidiar el Domingo de Pascua?Pues mire usted, todos esos “ah que” son un mojón al lado del respeto: a su toro, al toreo, a su trabajo, a su dignidad de ganadero. 
No hace tanto que en Sevilla, sobre todo antes de farolillos, se chanelabatanto de toros, se hilaba tan fino (a veces excesivamente fino) que era mejor callarse y escuchar. Lo llaman prudencia. Y observar que del que pagaba o se colaba, que había de todo, le brillaban los ojos de afecto a ver salir al toro de Sevilla. Y, cuando salía el mulo, lo hacía saber con respeto y contundencia. Y cuando salía la raspa, también. Hoy puede salir la raspa y el de la carretera que a muy pocos le van a brillar esos ojos. ¿Quién iba a imaginar que Sevilla, tierra del gusto, del traje de corte, de la buena corbata, del perfume caro, del compás, del ritmo… iba a ponerse guapa para el Domingo de Pascua y tragar con un sobrero como el de Victoriano del Río? Oiga. Respeten ustedes a ese traje, aunque con la crisis sea el mismo que el de hace cuatro años. Respete esa corbata cara señor de barrera de a casi doscientos por posadera. Respete lo que le cuesta ir a los toros. Respete a su toro. 
La esencia del toreo y de la vida es el respeto. Nos hicieron creer, con mucha razón tantas veces, que el pitón limpio no limpio, era una farsa y una falta de respeto al toro y a todos. Lo era. Luego pasaron a sacarles punta y nadie dice nada de esa falta indigna de respeto. Luego pusieron al toro en un tonelaje que diezmó encastes y bravura y ahora los añoran. Luego han pasado a echar el toro grande en cualquier parte y el chico en cualquier lado. Luego han pasado a pagar el toro a precio de lumi en situación de retiro. Y luego, han pasado identidades como Sevilla por el forro de sus partes. Pero el respeto se exige. Los hombres y las mujeres ponen pie en la pared. Dicen basta.

Los hombres y las mujeres de la tauromaquia pueden ser extraños a esta sociedad. No es su culpa. Un día me atreví a decir en público aquello que afirmó, creo recordar,  Marguerite Yourcenar. Que en todas las épocas ha habido gente que no pensaba como los demás. Es decir, que no piensa como los que no piensan. No es nuestro asunto el no pensar del otro. Lo es el nuestro. Nuestro pensar. Porque el toreo, siempre inabarcable, no se hizo para hacernos más risueños sino para hacernos más dignos. El toreo, con todo a favor, es el único espacio del ser humano en donde se puede ser feliz estando triste. Pero con todo en contra y sin respeto, es el escenario ideal para la tristeza y felicidad de cartón piedra y la mentira de espuma que se tramita como verdad.