Javier Velázquez, en la Puerta de Arrastre de Las Ventas I 
Un autobús de turistas tapa el campo visual de Javier. Solo. Una pancarta a su lado grita lo que no puede decir a nadie porque nadie le acompaña. Es la soledad del anónimo. De repente un aficionado viejo. Le recuerda que tiene dos cojones por ponerse allí y lo mal que está esto.
Javier Velázquez no le ha quedado otra que postrarse junto a la Puerta de Arrastre de Las Ventas en huelga de hambre para que le hagan caso. Tiene 33 años y es de la sevillana La Algaba. La edad y la necesidad apremian. Cuanta más necesidad, más hambre. Y precisamente por el hambre, huelga.
Dice que no se moverá de ahí sin una oportunidad: ‘Queda solo una novillada por cerrar y tiene que ser mía’, afirma con la boca apuntando al periodista pero con la mirada y la cabeza atenta a cualquier movimiento entre bambalinas. Una despedida: ‘Suerte y fuerza’. Poco a poco, allá a lo lejos, el imponente ladrillo entre el vacío de la inmensidad lo convierten en un ser diminuto a los pies de la catedral del toreo.