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Cansados de llorar, hemos tirado la toalla. Con ese silencio que nace del abatimiento y que termina siendo cómplice por inacción, se nos cierran las plazas. Y nos estamos quedando solos, poniendo cruces allá donde ayer hubo una Fiesta viva.
Lloramos mucho Barcelona, lloramos algo menos San Sebastián y no nos queremos dar cuenta de que Donosti sigue en grave peligro, torcimos el gesto por La Coruña, nos disgustó lo que se vive en Palma… y en Vitoria nos resignamos. Por el camino, otras tantas historias de plazas cerradas por vía política, estrangulamiento institucional, etc. La plaza alavesa ayer vivió la que puede -y no debe- ser la última corrida en su arena.
Nos venden interesadamente la imagen de una Fiesta elitista, alejada del pueblo, de adinerados. Que se ahoga por esa desconexión con la sociedad. Fíjate, lector, en la imagen que ilustra este artículo. Desarticula todo lo anterior. Mulilleros, areneros, gente del campo, trabajadora… puño en alto en el centro del Iradier Arena. La imagen, si quisiéramos descontextualizarla, podría llevarse con ajuste a los años 30 y a un escenario bien diferente. Pero fue tomada este domingo, 2016. La vemos en silencio, tristes pero resignados. Porque ya ni lloramos. Quizá porque nos parece lejano. Mientras no le toque a nuestra plaza…
Resignación por ‘lejanía’ que nos lleva a los versos de Martin Niemöller, atribuidos por error a Bertolt Brecht:
Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada