El idilio de Enrique Ponce con Bilbao comenzó el mismo día de su presentación en Vista Alegre. Un cuarto de siglo después ese amor sigue latiendo como el primer beso. Porque el amor hay que cuidarlo cada día.Ponce volvió a cuajar a un toro con inteligencia, sabiduría y conocimiento. Tres sinónimos que en el valenciano se elevan a la enésima potencia. YBilbao le esperó. En el de toreo grande y en el de toreo paciente. Primero y cuarto, dos toros con tantos matices como artefactos tiene el valenciano en su cabeza. Dos toros de una corrida de Domingo Hernández buena por fuera pero sin fondo, calidad ni duración dentro que intervino, a modo de estado bolchevique, en las serias y comprometidas actuaciones de El Juli yLópez Simón.
El que se movió lo hizo sin clase o de mentira. El que quería embestir duraba medio muletazo por abajo. El que daba una arena, tenía otras mil de cal viva. Dos quisieron ser pero no fueron, el primero y el cuarto. La clase infinita de este vino arrollada por una falta de fuerza que condicionó, incluso, la mágica media altura de Ponce. A pesar de todo, a Ponce le sirvió para mantener vivo eso que llaman amor.
Porque lo que le hizo al primero, aparte de listo, fue de torero de época. Este primero enseñaba las puntas, con la cara hacia delante, apenas tenía un palmo de manos y era, también, de cuello poco prominente. Embestidas en línea recta, con más genio que nobleza, en los primeros tercios que se descubrieron cuando cortó y arreó en banderillas a Mariano de la Viña. En eseimpass lo cogió Ponce. Se dobló con él en un inicio muy torero, el toro obedecía, sí pero la mirada en el remate estaba siempre en las tablas. En el tercio, un poquito más allá de la segunda línea comenzó el toreo suave, de toques imperceptibles, de cintura quebrada y de muleta siempre en la cara para componer muletazos sin solución de continuidad. Tan bella como limpia. Apenas rozaron los pitones la bamba de la muleta. Un cambio de mano superior sobrevino a una tanda por la izquierda con el toro pasando y Ponce toreando. El torero iba metiendo al toro en su jurisdicción a la vez que, poco a poco, cerraba al toro en tablas. Así lo querían los dos. El toro para protegerse yPonce para consentirlo. La última tanda con la rodilla en tierra previa a una gran estocada fue sublime. El toro salió muerto de los vuelos con la tizona en todo lo alto y Bilbao volvió a reconocerle con su trigésimosexta oreja en Vista Alegre. Número de leyenda.
En el cuarto le esperaron hasta que el toro se fue para el desolladero. No se puede torear mejor a la verónica de recibo, acompasado, con ritmo, siempre con la bamba del capote, con los vuelos al compás de un baile. Tuvo armonía, gusto y poder porque se llevó al toro desde la primera línea hasta los medios. Rápidamente saltó el runrun… Faltaba fondo para mover semejante clase. Toreó a media altura con mucha suavidad, acompañando la figura. Y aunque parecía imposible, consiguió bajarle la mano en una tanda por la derecha de medalla olímpica. Ahí se acabó. Lo volvió a intentar dándole tiempos entre cada pase, incluso consiguió que se moviera tapáfonle la cara en el tercio pero todo quedó en una nueva cita de Ponce con Bilbao el año que viene.
El segundo fue precioso. Estrecho de sienes, enseñando las palas, de manos bajitas y de largo cuello. Estuvo en el límite de que era un tacazo y a la vez una monería. Esa seriedad que anima a torear por bonito pero se quedó en la intención. Lo protestó todo, desde los dos puyazos hasta las banderillas. Se dolía y a la vez no tenía celo para hacer presa. En la muleta todo fueron derrotes violentos pero a pesar de todo, El Juli lo consintió para sacar muletazos estimables. El quinto también pareció por un momento que podría servir porque quería desplazarse pero sin alma. El madrileño estuvo tesonero sobando cada embestida, alargando el medio viaje irregular que traía el serio castaño. Un toro desagradecido que le obligó a un esfuerzo poco correspondido.
Cuántas noches habría soñado López Simón con un debut diferente. Si el tercero se apagó después de banderillas, el sexto no ofreció una embestida similar a la anterior. El torero de Barajas estuvo siempre comprometido, sin corregir las zapatillas y pisando terrenos comprometidos. Bilbao se quedó con ganas de más. Menos mal que le queda otra tarde.
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