Se lo llevaron en hombros después de pasear tres orejas. Y lo mejor de todo es que dio la sensación de que lo hizo sin despeinarse. Igual semblante delante de los novillos que con las orejas en la mano. Sereno pero enfibrado, inteligente para pensar y desarrollar, espabilado y resuelto, Luis David Adame solventó su compromiso en San Fermín con esa aparente facilidad de los elegidos. Lo de menos son las tres orejas. Lo importante, que dio la sensación que todavía hay más torero dentro.
El triunfo del segundo de los Adames (Alejandro que, de momento, cierra la saga viene apretando sin caballos) adquiere aún más dimensión si tenemos en cuenta que lo hizo con dos novillos medios de la interesante novillada de El Parralejo que parecieron mejor en sus manos. Por fuera para no violentarlos, sin obligarlos, corriendo la mano con criterio y ligazón, los animales correspondieron. Sus tablas hicieron el resto. No desentonó Javier Marín, que incluso se gustó al natural mientras Andy Younes, menos rodado, gustó con el más fácil e hizo un esfuerzo con el más complejo. En su debe, el manejo de los aceros.
Montado, enseñando las puntas pero recogido de testa, el castaño segundo no acabó de entregarse en el saludo de Adame, que pese a todo manejó el capote con solvencia. Protestó en el caballo, echó la cara arriba en banderillas y tendió a salir con la cara arriba en la muleta. Pero sus defectos pasaron desapercibidos en cierto modo porque Adame le hizo todo a la perfección. No se dejó tropezar las telas, dio ritmo y ligazón a una faena que tuvo estructura de torero privilegiado y vistoso trazo. Mató al toro de un espadazo y cortó la primera oreja de la feria.
El jabonero quinto (hubo hasta tres en el lote de Rafael Molina), bien hecho, con la cara para delante, no terminó de humillar en los primeros tercios. Adameinició faena con un ajustadísimo pase cambiado por la espalda para después describir una faena sólida, de buen hilván, en la que aplicó inteligencia y dejó constancia de su sitio y proyección. No acabó de descolgar el toro, pero Luis David lo manejó con suficiencia, llevándolo por fuera para no dejarse enganchar el trapo en una labor maciza y rotunda, resuelta de una estocada en la suerte de recibir que motivó la concesión del doble trofeo.
Con hasta cinco faroles de rodillas saludó Javier Marín al primer novillo del abono, astado cornidelantero, largo, suelto de carnes, que empujó en varas y galopó alegre en banderillas. Encajado, hundido en el piso (por cierto blando y en muy mal estado), el novillero navarro corrió la mano con gusto y temple sobre la mano derecha en una primera parte de la faena que resultó más compacta. Luego el astado, con calidad pero medido de fortaleza, se vino a menos, claudicó en ocasiones y el lucimiento surgió con más intermitencia. Se aplaudieron con fuerza las bernadinas de cierre y tras una leve petición de oreja dio la vuelta al ruedo.
Sí tuvo recompensa del jabonero el cuarto, novillo más feo, más abierto de cuerna y más despegado del suelo, al que el torero de Cintruénigo saludó igualmente con un farol de rodillas y varios lances a pies juntos. Tuvo nobleza y temple el animal en su acometida y esas virtudes las aprovechó el torero en una labor pausada, agradable y nada acelerada, en la que destacaron, por su expresión, los pasajes sobre la mano zurda, echándole los vuelos al hocico. A pesar de su estrecho rodaje, y de que la travesía de la espada ralentizó el desenlace, Marín justificó con creces su presencia en la feria, más allá de ser un torero de esta tierra.
El jabonero tercero, cornicorto y estrecho de sienes, se desplazó en el saludo capotero de Andy Younes. Sin probaturas, por el pitón izquierdo, el francés relajó y verticalizó la figura en dos series de buen trazo, con el novillo abriéndose con clase al salir de cada embroque. Perdió empuje -que no calidad- el animal, quizá porque el torero se puso demasiado cerca, pero la faena recobró intensidad en los circulares de cierre, muy metido entre los pitones. Un pinchazo y varios descabellos disiparon la posibilidad de premio.
Cerró plaza el animal más basto y el más feo. Amplio y muy astifino, humilló en el capote de Younes pero en el tercio final tendió a soltar la cara y puntear los engaños. Astado desagradable frente al que estuvo comprometido el torero galo, que se jugó la voltereta en una labor arrojada, supliendo con actitud las lagunas técnicas que todavía posee. Sus carencias quedaron de manifiesto sobre todo a la hora de manejar los aceros, como en el toro anterior, y por eso se fue de vacío de su cita sanferminera.