Roca Rey tiene lo que se necesita para mandar. En el toreo y, si quiere, en la vida. Porque aúna, en el cuerpo de un chaval de 19 años, talento, madurez, capacidad para conectar con el público, una mano izquierda que fluye con elegancia natural y una dosis incalculable de eso que, seamos elegantes, asociamos al valor. Con tan amplio registro en una tauromaquia destinada a marcar su tiempo -si su cuerpo y mente le aguantan semejante ritmo- el torero peruano reventó a la primera corrida de a pie la Feria de San Fermín. Herido en los testículos, le arrancó una oreja al peligroso tercero y cuajó al natural al -muy- buen sexto de una interesante corrida de Fuente Ymbro, que tuvo dos mitades muy marcadas. Tres buenos y tres malos.
Fue ‘Soplón’, el sexto, el mejor y se llevó una vuelta al ruedo que supo rara no por su evidente calidad, sino por la merma física que sufrió el animal durante la lidia. Tres orejas para Roca Rey que sigue coleccionando Puertas Grandes en una campaña de difícil mejoría. Paco Ureña, muy torero toda la tarde, pudo perder premio por la espada con el bueno de su muy desigual lote, como le ocurrió a Miguel Abellán, académico y sobrio con el suyo.
‘Pintor’, el tercero, fue menos aparente que sus hermanos. No le faltaban hechuras pero tampoco andaba sobrado. De lo que sí iba colmado era de mansedumbre. Siempre marcó la querencia y precisamente allí, en ‘sus’ terrenos se llevó por delante a Roca Rey. El peruano se había echado de rodillas con la muleta allá donde se suponía acudiría el bravo. Sin respuesta, se fue a repetir la jugada en los terrenos del manso. Allí, en un muletazo hacia dentro, el de Fuente Ymbro le hirió de un pitonazo certero en los testículos. No hace falta recurrir a un juego de palabras para justificar por qué se quedó Roca en el ruedo. Lo hizo, dolorido, para tapar los defectos de un toro malo y peligroso. Faena de entrega, de tener, aparte de otras cosas, hambre. Y un espadazo de nota. Oreja y unanimidad entre los tendidos.
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Pasó por la enfermería, le pusieron varios puntos en la zona y se autodeclaró listo para lidiar al sexto, que se llamaba ‘Soplón’ y salió cruzado. De hecho, se fue directo contra un burladero. En el golpe se partió la vaina de su pitón izquierdo y desde ahí desarrolló unos andares que implicaban una merma física evidente. Fue el defecto que lastró su excelente condición en la muleta. Tuvo infinita clase y buen fondo de nobleza, pero claro, nunca pudo embestir al 100%. Exigía, más que pedía, que lo tratasen con suavidad y Roca Rey respondió con mayor suavidad aún. Especialmente al natural, con esa izquierda suya con la que condujo, elegante y templado, al de Fuente Ymbro.
Muleta arrastrada, citando sin violencia y, lo que es más importante, llevando al toro desde muy cerca hasta detrás de la cadera. A esto, añádele un amplio repertorio de suertes: dosantinas, arrucinas… y el siempre útil cierre de rodillas. Que en su concepto no es suerte de alivio sino fundamental por el ajuste con que realiza esos embroques. La Puerta Grande le esperaba a la distancia que medía su acero. Sin fallo, cayeron las dos orejas y una sorprendente vuelta al ruedo que premiaba, creo, más todo lo bueno que llevaba dentro el toro que lo que pudo sacar finalmente. Pamplona, a los pies de un dolorido torero. Heridas de guerra que valen sobradamente una nueva conquista.
‘Malicioso’, el abreplaza, aparte de serio, mucho -qué pitón derecho tenía-, fue mentiroso, porque no hubo nada de maldad en sus embestidas. Lo único malo que tuvo fue esa falta de un extra de fuelle que acompañase a su noble condición. Se abría en las telas, quizá hasta en exceso, pues eso restó ajuste a una labor bastante seria de Miguel Abellán. El torero le puso sello sanferminero en una tanda central de rodillas, entre medias de dos tramos de toreo serio, sobrio. No lo más rentable en la capital del bullicio. Además, la espada no quiso. Tampoco en el cuarto, cuya historia se cuenta rápida. Un jabonero imponente, sobre todo por delante, que nunca embistió convencido. En realidad más que embestir, pasaba. Sin ritmo ni clase en el toro no puede haber triunfo. Abellán lo entendió pronto luego de justificarse.
Hasta la salida del sexto el segundo había marcado el puntal ganadero en cuanto a juego. Muy armado por delante -Pamplona, claro- y un tanto basto en sus hechuras. Con él se hizo presente Roca Rey en un quite que tuvo muchas de las bases de su triunfo hoy: variedad, compromiso y una palabra que empieza por ‘h’. El gran mérito de Ureña fue hacerle y hacerlo todo siempre con torería. Cero prisas, cero violencias. Pura suavidad la suya. El espada murciano sacó retazos de su torería por ambos pitones; largura sin continuidad por el derecho, calidad y humillación por el izquierdo. Sin ser rotunda, labor con contenido que quedó vacía de premios por la espada. Y es que en esta tierra un pinchazo ‘penaliza’, como bien reconocía el propio afectado.
Al igual que a sus compañeros, le tocaron a Ureña uno bueno y uno malo. Por descarte el malo fue, claro, el quinto. Con caja, aunque a menos, abriendo mucho la cara, el penúltimo de los de Ricardo Gallardo no emocionó nunca. Ni en una serie inicial de muleta en la que pareció venirse arriba de una lidia larga y pesada. Nada; fue un oasis. De ahí en adelante fue un ejemplar apagado, deslucido. Y más aquí. A Ureña le tocó meterse pronto entre los pitones. Nunca renunció a su concepto, más para sentirse él que para buscar un triunfo imposible. Concepto que, hay
que decirlo, viene acompañado de valor, lo requiere para aguantar tanto rato y hasta sacar algún natural… No son orejas, pero al torero esas cosas le sirven.